Lectura, Juan (10, 1-10)
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Comentario
Por difícil que nos parezca la comparación del aprisco, la puerta, el pastor, en una sociedad que tiene poco de agrícola y mucho te urbanita y técnica, para los oyentes de Jesús la comparación era bien inteligible. Puerta del aprisco y pastor del rebaño señalan las relaciones de Jesús con la comunidad de los suyos. Juan pone estas comparaciones en medio de dos discusiones de Jesús con los sacerdotes del templo de Jerusalén: una la discusión después de curar al ciego de nacimiento (Jn 9,40-41) y el final de este mismo capítulo 10, vv. 19-42. Jesús se contrapone a los malos pastores que son los jefes religiosos del pueblo. Por eso entienden lo que Jesús dice, vamos, no quieren entender porque son señalados.
+ El buen pastor entra por la puerta, no tiene “puertas de atrás secretas”, ni “fuerza” la puerta. Jesús entra sin distorsionar nada. El vigilante o portero lo conoce y le deja pasar. Se está criticando una manera de actuar que es interesada, para aprovecharse del otro.
+ La voz reconocida. Cuando llamamos al timbre y la mamá pregunta: “¿Quién es?”, el hijo no necesita decir el nombre. Basta un: “Abre, que soy yo”. La relación de Jesús con los suyos es personalizada, de reconocimiento recíproco. Cuando paseamos por la montaña, si uno se pierde o retrasa, la voz orienta y guía y permite el encuentro.
+ La convivencia no solo hace reconocer la voz, sino los tonos de voz que revelan más que lo que las palabras dicen. El tono de voz pone revelación personal, sentimiento, grado de intimidad en la relación.
Al presentarse Jesús como pastor que es reconocido por la voz, que entra por la puerta no a escondidas, nos está remitiendo a la búsqueda y convivencia que él desea mantener con cada uno de nosotros para conocernos más. Hay cosas de la vida que solo se descubren en la convivencia. La convivencia nos da la medida de lo que somos. Podemos ocultar facetas personales en una visita, pero en el día a día aflora nuestra verdad. Muchas personas hoy no se fían si no conviven. Fiarse del otro es una de las cosas más “raras” hoy. Vivimos sospechando. Se oye decir, la convivencia es lo peor, siempre aparecen roces, puntos de vista diferentes, enfados. Pero, de la misma manera, hay que decir que la convivencia es lo mejor, lo más verdadero y lo más duradero, sin que esto, entre humanos, sea norma total, pues de todo vemos; somos “complicados”. Convivir-conocer de verdad se convierte en confiar nuestra vida a alguien y en reconocer a la otra persona como verdadero sentido de mi vida. La convivencia es el lugar donde sale la verdad que somos. Jesús se presenta como el pastor que convive y da la vida por sus ovejas. En la convivencia, la reciprocidad es importante. Somos tan “difíciles”, que podemos estar en las cercanías de Jesús sin decidirnos a ser cercanos, a ser íntimos porque escuchamos otras voces o solo escuchamos nuestra voz. Es un estar sin reconocer al que está y a los que están. Es un “estar” sin escucha, sin intimidad. Un estar interesado, sin acogida ni reconocimiento de lo que el otro con sus tonos de voz pide, necesita, sugiere.
La vida de muchas personas es un lamento de “desatenciones” que lleva a una tremenda soledad: “Aquí estoy, sola; por ahí andan, cada uno en su guarida. ¡Si supieras lo que lloro!”. Esta experiencia que algunas personas viven no es distinta de la experiencia espiritual. Nos sentimos desatendidos de Dios, pero cabe preguntarnos, ¿cómo atendemos a Dios? ¿Qué atenciones y qué desatenciones tenemos con él? Quizá el “Buen Pastor” no tiene otra forma de hacernos ver lo desatendido que le tenemos que el “parecer” que nos desatiende. Jesús, como tú, no se presta a ser un juguete: “Ahora sí, ahora no”. La atención exige continuidad, aceptar la forma de ser y exigencias del otro.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. Tanto en la vida espiritual como en la humana estas palabras de Jesús son la verdad, la verdadera libertad y plenitud humana. Lo que nos salva es tener la puerta de alguien para entrar y morar y sentirnos en casa. Este es Jesús-Puerta. Si quieres…
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados
Félix Lope de Vega y Carpio
SAL 223 (22)
El Señor es mi pastor, nada me falta:
2en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
3y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
4Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
5Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
6Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
YO SOY LA PUERTA
Señor resucitado,
hoy te presentas como el Dios preocupado
por los que quieran seguirte.
¿Quién eres, Jesús Resucitado?
Soy puerta y soy pastor.
Entro y llamo.
Soy reconocido o soy rechazado.
Señor resucitado, estás a nuestro lado
Sin forzar nada ni a nadie.
Entras en la vida susurrando, silbando.
Tu fuerza está en la voz, el tono de voz,
para conocer y reconocer,
para dejarse reconocer.
Tu fuerza está en la voz
que llega cada mañana
siempre igual, siempre diferente:
“Aquí estoy. Soy el Señor”.
“Aquí estoy. Soy verdadero Pastor”.
Tu fuerza está en la voz
que se hace puerta de entrada
para descubrir tu corazón.
Tu fuerza está en la voz,
sin altavoz,
sin hacerte machacón.
Tú fuerza está en la voz
que abre la puerta del detalle
y del amor.
Tu fuerza está en la voz:
Ni gritas ni das voces.
Tú llegas al corazón
como llega el amor:
en silencio,
despacio, de puntillas o por flechazo,
con la puerta siempre abierta
para entrar,
para salir,
pues la verdad siempre atrae
y es enemiga
de miedos y de ataduras:
la verdad es libertad,
y susurro y mirada
y voz que alimenta el alma
y estar que abre la vida de par en par.
Yo soy la puerta:
quien entre por mí se salvará
y podrá entrar y salir,
y encontrará pastos.
Á. Ginel