En este tiempo de incertidumbre, el Señor nos ilumina

20 marzo 2020

En esta Cuaresma tan especial nos ha visitado un invitado inesperado. Nos está obligando a permanecer en nuestras casas. También nos está forzando a reordenar nuestra vida y costumbres. Igualmente ha hecho que reformulemos nuestra escala de valores y prioridades. 

En medio de esta situación extraordinaria, mientras recorremos el camino cuaresmal, podemos aprovechar su presencia imprevista para profundizar un poco más en el sentido auténtico de este tiempo litúrgico. La gran invitación de toda Cuaresma es la conversión: volver a Dios, al prójimo y a lo más profundo de nosotros mismos. La tradición de la Iglesia siempre nos ha enseñado que éste es el mejor método para preparar con autenticidad la Pascua de Resurrección del Señor Jesús.

La Palabra de Dios de este cuarto Domingo de Cuaresma preña de esperanza este tiempo de incertidumbre. Las lecturas de hoy nos invitan a seguir confiando en nuestro Buen Dios, y nos recuerdan que Él es la luz que ilumina las tinieblas de nuestro mundo, también las que han ensombrecido nuestras ciudades y pueblos en estos días de cuarentena. 

Caminar a oscuras nos inquieta: somos incapaces de ver lo que nos rodea, avanzamos a tientas sin poder prepararnos para lo que está por venir. Esta experiencia vital nos hace recordar que sólo la luz nos permite ver con acierto, con precisión, con verdad. Estas dos ideas están profundamente ligadas en las lecturas que hoy no podremos escuchar en nuestras iglesias, pero que sí pueden iluminar nuestra oración personal y comunitaria en nuestras casas, con nuestras familias. Porque a Dios no solo lo encontramos en los templos, sino que sobre todo lo descubrimos en nuestro interior, en cada uno de nosotros, ya que por el bautismo somos templos del Espíritu. 

El primer libro de Samuel nos recuerda que “Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”. Dios conoce nuestra intimidad más profunda, nuestros miedos y anhelos, nuestras dudas y sueños. Por eso, en este tiempo difícil y doloroso en muchas de nuestras familias, abramos nuestro corazón a su mirada misericordiosa, dejémonos acompañar por Él: es el bálsamo que cura nuestras heridas, el consuelo que alivia nuestros momentos más duros, la esperanza que supera toda desesperanza.

El salmo responsorial nos invita a hacer nuestra esta certeza. Nos puede ayudar a rezarla, a contemplarla, a compartirla con quienes tenemos a nuestro lado. Hoy más que nunca estamos invitados a repetir en nuestro corazón las palabras del salmista, haciéndolas nuestras, haciéndolas tuyas: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”, “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”, “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.

Esta confianza en Dios alienta nuestra vida en este tiempo extraordinario y, en medio de las tinieblas, nos estimula a ser luz en nuestros hogares, con nuestros familiares y amigos, con nuestros vecinos y con todos aquellos profesionales que están dando la batalla en primera línea para superar esta crisis. La carta del apóstol san Pablo a los Efesios nos exhorta a ser luz en el Señor: “Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor”. No cejemos en este compromiso, cada uno a su nivel y desde su lugar en esta coyuntura, pero todos unidos en el Señor que ilumina nuestra vida y llena de esperanza nuestro horizonte.

Como nos recuerdan algunas de las campañas que se han hecho virales en estos días, “no estamos solos”. Aunque debamos quedarnos en casa, nos sentimos cerca los unos de los otros. Fortalecidos por la fe, nos sentimos todos en las manos de Dios. Dejemos que Él siga cuidando de nosotros: consolando nuestras preocupaciones, aliviando nuestros desvelos y curando nuestras heridas. Así lo vivió en sus propias carnes el ciego de nacimiento que hoy nos presenta el evangelista Juan. Recuperó la vista, se postró en tierra delante de Jesús y confesó agradecido: “Creo, Señor”. 

Ojalá que estas semanas extraordinarias nos ayuden a vivir una Cuaresma extraordinaria, más auténtica y profunda. Una Cuaresma que, un año más, vuelva nuestra vida al Señor Resucitado para confesar, como el ciego de nacimiento, ¡creo, Señor! 



LA PALABRA DE DIOS 

Sam 16,1b.6-7.10-13a: “David es ungido rey de Israel”

Preguntó Samuel a Jesé: ¿No quedan más muchachos? Todavía falta el más pequeño (…)Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque este es. Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos.

Sal 22,1-3a.3b-4.5.6: “El Señor es mi pastor”

El Señor es mi pastor, nada me falta
Lunes de la 5 Semana de Cuaresma
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo

Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

R. Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
R. Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
R. Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
R. Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo

Ef 5,8-14: “Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará”
En otro tiempo erais tinieblas, ahora en cambio sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz, porque el fruto de la luz se manifiesta en toda bondad, justicia y verdad. Sabiendo discernir lo que es agradable al Señor, no participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien combatidlas, pues lo que éstos hacen a escondidas da vergüenza hasta el decirlo. Todas esas cosas, al ser puestas en evidencia por la luz, quedan a la vista, pues todo lo que se ve es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo te iluminará».

Jn 9,1.6-9.13-17.34-38: “Él fue, se lavó, y volvió con vista”
 
Curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41)

Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:

—Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
Respondió Jesús:

—Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo.

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, lo aplicó en sus ojos y le dijo:
 
—Anda, lávate en la piscina de Siloé —que significa: «Enviado».

Entonces fue, se lavó y volvió con vista. Los vecinos y los que le habían visto antes, cuando era mendigo, decían:

—¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna?

Unos decían:

—Sí, es él.
Otros en cambio:

De ningún modo, sino que se le parece.
Él decía:

-Soy yo.
Y le preguntaban:

—¿Cómo se te abrieron los ojos?

Él respondió:
—Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: «Vete a Siloé y lávate». Así que fui, me lavé y comencé a ver.

Le dijeron:
—¿Dónde está ése?

Él respondió:
—No lo sé.

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. 14 El día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos era sábado. Y los fariseos empezaron otra vez a preguntarle cómo había comenzado a ver. Él les respondió:
—Me puso lodos en los ojos, me lavé y veo.

Entonces algunos de los fariseos decían:
—Ese hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado.

Pero otros decían:
—¿Cómo es que un hombre pecador puede hacer semejantes prodigios?

Y había división entre ellos. Le dijeron, pues, otra vez al ciego:
—¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos?

—Que es un profeta —respondió.

No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista,y les preguntaron:
—¿Es éste vuestro hijo que decís que nació ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve?

 Respondieron sus padres:
—Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego.  Lo que no sabemos es cómo es que ahora ve. Tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Preguntádselo a él, que edad tiene. Él podrá decir de sí mismo.

Sus padres dijeron esto porque tenían miedo de los judíos, pues ya habían acordado que si alguien confesaba que él era el Cristo fuese expulsado de la sinagoga. Por eso sus padres dijeron: «Edad tiene, preguntádselo a él».
 Y llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron:

—Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.

Él les contestó:

—Yo no sé si es un pecador. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y que ahora veo.

Entonces le dijeron:
—¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?

Ya os lo dije y no lo escuchasteis —les respondió—. ¿Por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

 Ellos le insultaron y dijeron:
—Discípulo suyo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es.

Aquel hombre les respondió:
—Esto es precisamente lo asombroso: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. En cambio, si uno honra a Dios y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no fuera de Dios no hubiese podido hacer nada.

Ellos le replicaron:
—Has nacido en pecado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros?
Y le echaron fuera.

Oyó Jesús que le habían echado fuera, y cuando se encontró con él le dijo:
—¿Crees tú en el Hijo del Hombre?

—¿Y quién es, Señor, para que crea en él? —respondió.

Le dijo Jesús:
—Si lo has visto: el que está hablando contigo, ése es.

Y él exclamó:
—Creo, Señor —y se postró ante él.

Dijo Jesús:
—Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos.

Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron:
—¿Es que nosotros también somos ciegos?

Les dijo Jesús:
—Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: «Nosotros vemos»; por eso vuestro pecado permanece.

Se puede descargar la homilía de Xabi Camino y el guión de Misa con niños propuesto por Iñaki Lete.

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