Quiero aprovechar este espacio para ofrecer mi testimonio personal sobre lo que, desde el primer momento, he calificado como un Milagro que el buen Dios ha tenido a bien regalarme y que yo atribuyo a la eficaz intervención de los Beatos Mártires Salesianos, Enrique Sáiz y compañeros.
Comenzaré señalando que, al terminar mi estancia en la casa de Estrecho, y dado que ya entonces mi salud presentaba síntomas evidentes de desgaste y empeoramiento, el Sr. Inspector, Don Juan Carlos Pérez Godoy, pensó que sería bueno para mi recuperación enviarme a la Casa Inspectorial, en Madrid. Así pude comenzar una serie de consultas y pruebas con los médicos del Hospital Universitario de La Zarzuela de los servicios de Medicina Interna y Aparato Digestivo: múltiples análisis, gastroscopia con biopsia, colonoscopia, PET-TAC, para comprobar si en el páncreas existía algún tumor cancerígeno…; pero en los resultados nada aparecía que explicara mi salud, cada vez más deteriorada. Durante el mes de noviembre, a base de antibióticos, logré superar los efectos de la bacteria Helicobacter pylori. Desde entonces comencé a notar muy pocas ganas de comer. Mi estómago no retenía el escaso alimento que tomaba. Yo me encontraba muy débil, sin ánimo; me costaba mucho caminar…
La noche del 27 de mayo de 2019, sin causa aparente, me apreció un fuerte dolor en el estómago. Al día siguiente, 28 de mayo, tenía consulta con la especialista del aparato digestivo. Al explorarme, comprobó que mi estado no era bueno. Me preparó el informe para ir a Urgencias por la tarde de ese mismo día. Pero, al volver a casa, me desmayé y perdí el conocimiento. Cuando llegaron las asistencias del 112 y me tomaron las constantes decidieron que era preciso llevarme a Urgencias. Pedí, si era posible, trasladarme al Hospital de la Zarzuela, pues allí estaban los médicos que me habían tratado anteriormente.
Los 4 primeros días -con sus noches- los pasé en los boxes, siempre acompañado de un salesiano de la comunidad. Como el tiempo pasaba y no había habitaciones libres, un médico propuso trasladarme a otro hospital. Si no había otro remedio… Pero cuando se presentaron los de la ambulancia para realizar el traslado, comprobaron mis constantes y se negaron a trasladarme, pues era grande el peligro de que no llegara con vida. Así pues, permanecí un día más en Urgencias. En la noche del cuarto día se produjo un alta, de modo que pudieron subirme a planta, a la habitación 315. Allí, al menos, no sentía tanto frío y me encontraba algo mejor.
A partir de ese momento, 1 de junio, los médicos, muy especialmente el Internista y la Endocrino, pusieron todo su empeño en mi situación. Me hicieron infinidad de pruebas de todo tipo, con el fin de ir descartando las posibles causas de mi estado y poder llegar a averiguar su origen. Los resultados de los sucesivos análisis y las pruebas no aclaraban demasiado. No había explicación aparente. Iban pasando los días y el resultado continuaba siendo nulo. Seguía con fiebre alta, hipoglucemias severas, inestabilidad física, cansancio extremo, vómitos…
Mi estancia en el hospital se prolongaba. Por eso, y para aliviar la tarea de estar conmigo, a los hermanos de mi comunidad (que se organizaron muy bien para atenderme) se les unieron varios salesianos de las otras dos comunidades de Atocha. Conchita de la Torre, enfermera y amiga, miembro de la Familia Salesiana, me llevaba cada mañana la Comunión y se interesaba por la evolución de mi enfermedad, -dados sus conocimientos sanitarios- hablaba con las enfermeras y los médicos-. En estos días recibí también visitas de mis hermanos, sobrinos, amigos… A unos y otros les estoy profundamente agradecido, y siento haberles creado una penosa sensación, pues varios de ellos han reconocido que, al marcharse, se quedaron con la idea de que “me moría y sin saber de qué”.
En los días 12, 13 y 14 de junio mi situación se agravó todavía más. Se me descompensaron todas mis constantes y los iones en sangre: tensión, azúcar, potasio, sodio… Hasta tal punto que los médicos comentaron a los salesianos que me asistían que “estuvieran preparados por si, en algún momento, me llegaba el final”.
El médico de Medicina Interna, que no acertaba a identificar la verdadera causa originaria de mi estado, consultó con la doctora de Endocrinología, en principio, para intentar conseguir el control de mi diabetes y evitar las diarias hipoglucemias. Ella fue la que sugirió (estoy plenamente convencido que lo hizo por inspiración divina, pues nadie podía sospechar nada al respecto) que se me practicara una resonancia magnética cerebral. En ella se detectó que el tamaño de la hipófisis, más pequeña de lo normal en una de sus partes anatómicas, era lo que originaba una grave insuficiencia suprarrenal, causante del déficit notable de cortisol, que provocaba la hipotensión, los vómitos, la fiebre… y que de aquí surgían todos mis males, que me llevaron a las puertas de la muerte.
El día 15 de junio me pusieron el tratamiento adecuado por vena; más tarde, por vía oral…, y comenzó la mejoría. Fue algo espectacular. Todos: médicos, enfermeras, familiares, salesianos, amigos… estaban admirados.
El proceso iba cada día mejor. De modo que en la mañana del día 20 de junio, recibí el alta médica.
Resulta natural preguntarse: ¿Cómo intuyó la Doctora Endocrina el origen de mi gravedad? ¿Por qué pidió que me hicieran la resonancia magnética que, según los propios médicos señalaron, no se pide a casi nadie? Mi respuesta a estas preguntas es muy sencilla: Por intervención divina, María Auxiliadora y los Beatos Mártires Salesianos…
Dios ha estado siempre conmigo, con su Amor de Padre bueno, y me ha dado fuerza y consuelo mediante la Comunión diaria y la oración mía y de tantas personas.
María, nuestra Madre, no me ha abandonado nunca y me ha protegido y cuidado con su cariño materno.
Los Beatos Mártires Salesianos, que perdieron su vida de forma violenta, no dejaron que yo la perdiera por esta enfermedad tan poco común y difícil de diagnosticar y han intercedido eficazmente por mí.
Quienes me conocen me repiten una y otra vez: “Dios ha demostrado que te quiere mucho. Algo te va a pedir.” Y yo añado con confianza y humildad: “Aquí estoy para hacer su Voluntad”.
No me queda más que manifestar cada día mi profundo agradecimiento a nuestro buen Padre Dios, a nuestra Madre, María Auxiliadora y a los Beatos Mártires Salesianos. Y, también, a todos los que han estado muy cerca de mí en los momentos de mayor debilidad: mis hermanos salesianos, mi familia (hermanos y sobrinos) y todos mis buenos y grandes amigos.