Consagración del Altar de la Iglesia de María Auxiliadora en Vigo

29 mayo 2019

En la solemne liturgia celebrada en la tarde del 21 de mayo de 2019, se consagraba con gran presencia de fieles y con un significativo número de concelebrantes. ? El Obispo de la diócesis, monseñor Luis Quinteiro Fiuza presidió, en Vigo, la consagración del altar del santuario de María Auxiliadora, recordando que hace 75 años se consagró esta iglesia a la Virgen. 

Le acompañaron los sacerdotes de la comunidad salesiana, un destacado grupo del clero diocesano y multitud de fieles, congregados para este fin en primer día del triduo de la novena. "El altar que consagramos hoy, representa a Cristo. Miradle a él; todo lo demás carece de importancia", afirmó el titular de la diócesis de Tui-Vigo. 

Con la procesión, desde el fondo de la lglesia, de los presbíteros, diáconos y servidores del altar, cerrada y presidida por el Sr. Obispo, monseñor Luis Quinteiro Fiuza dio comienzo la celebración. 

El altar desnudo, en penumbra, lejos del habitual, no presagiaba el que iba a ser una liturgia tan viva, intensa y luminosa. Las lecturas trajeron a la memoria a vida de los primeros cristianos que se reunían en las casas para la fracción del pan y recordaban que nudos senda muchos formamos parte de uno mismo cuerpo  porque todos participamos del mismo pan. Y concluían con aquello de que se hace a la hora de poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, reconciliate con el hermano y vuelve a presentar tu ofrenda.

Guiados por la Palabra de Dios y la homilía del Sr. Obispo (que se puede leer en gallego en el documento adjunto), comenzó el rito de la consagración del altar: en primer lugar con la invocación a los santos de la devoción salesiana por medio de una langa retahíla salmodiada y acompañada musicalmente. Seguido se presentaron las reliquias que llevaban "enterradas" en la parte delantera del altar, desde el 21 de mayo de 1944. Nuevamente fueron colocadas en su lugar con una oración de la dedicación: “convierte este altar en "mesa del banquete gozoso que nos llena de alegría", "lugar de comunión y paz", "fuente de unidad y concordia" y "símbolo de Cristo resucitado"… desde este punto  se dio lugar al punto de la unción del altar con el crisma que abundantemente se derramó sobre las esquinas y centro del mismo. 
Un brasero, colocado en el centro del altar, con ascuas salpicadas de incienso y aromas, elevaba al cielo el humo del perfume de los creyentes: "Llena tu casa de suave aroma y que la iglesia aspire el aroma de Cristo", decía el ritual. 

Después, una familia, colaboradores y religiosas de la parroquia, secaron y limpiaron el altar cubriéndolo con un mantel de plástico sobre lo que se sobrepusieron los manteles habituales. Luego diversos grupos de personas colocaron flores, los círios y la cruz. 

El Obispo, con brasas tomadas del brasero, perfumo con incienso el altar y, a continuación, un diácono esparcía este buen aroma de Cristo sobre toda la asamblea: “Que la luz de Cristo ilumine la mesa del altar”. Al tiempo que las velas del altar se encendías, aparecía la iluminación festiva de todo el presbiterio preparada para la ocasión. A partir de aquí la celebración de la Eucaristía discurría por sus habituales caminos. Un acta de lo realizado, firmada por el Sr. Obispo, el párroco, el vicario de la comunidad salesiana y tres mujeres de la vida parroquial de la que una copia irá al archivo de la diócesis y otra permanecerá en la parroquia de María Auxiliadora. 

El acto finalizó con un tiempo de obsequios al Sr. Obispo, de parte de la parroquia y de los grupos de la Familia Salesiana. Él, un poco emocionado, los aceptó con cariño y agradecimiento. Sus palabras cerraron el acto recordando lo que los salesianos fueron y son para la ciudad y diócesis de Tui-Vigo. “La iglesia que consagramos. Representa a Cristo. Miradle a él; todo lo demás es accesorio, carece de importancia". 

Una larga ceremonia, pero viva y llena de sentido y de recuerdos. "He recodado a mi marido. En esta iglesia nos casamos, aquí bautizamos a nuestros hijos y aquí, ante este altar, nos despedimos de él hace ya unos cuantos años. Siempre que veo el altar me acuerdo de alguien con quien compartí la vida, la alegría, la fe y el amor a Cristo… No miento se digo que lloré de emoción". Palabras y sentimientos semejantes discurrirán por toda la asamblea.

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