Trenzando en la propia vida lo vivido en la Pascua

28 abril 2019

Arrancamos el Jueves Santo con muchas ganas. Al llegar allí nos encontramos con jóvenes de distintas procedencias y con diferentes inquietudes, con ellos tuvimos la maravillosa suerte de juntarnos para celebrar en un ambiente de unión y familia, propio del carisma salesiano.

Nada más llegar y acomodarnos en las habitaciones, nos dieron una carta de bienvenida, la cual te hacía sentir dentro del hogar e hicimos una pequeña presentación para conocernos todos mejor. Tras este momento y varios avisos que nos dieron, nos juntamos con los que serían nuestros grupos de pascua, y hasta esto nos dejó perplejas, ya que los nombres de los grupos, tales como: “Discípulos de Emaús”, “Mujeres de Jerusalén” entre otros. Al leerlos ya te recordaban el tiempo que habíamos ido a vivir allí. Con ellos compartimos por qué habíamos decidido venir y qué esperábamos de esta pascua. 

Durante ese día trabajamos el amor de Dios, ese amor tan puro que como decía San Pablo en su carta a los Corintios, no es egoísta, todo lo perdona, lo aguanta, lo espera y lo da todo sin esperar nada a cambio. María y Adrián, a través de su testimonio del amor que comparten en pareja, nos hacían reflexionar y nos sugerían hacer introspección en nuestra vida para ver si vivíamos desde ese amor tan limpio y desinteresado, pensando en aquellas personas y partes de nuestra vida que lo reflejaban. Este momento nos hizo evocar muchos recuerdos con gente cercana y no tan cercana, partes de nuestra vida y sobre todo motivos por los que poder rezar con agradecimiento en donde habíamos sentido el amor de Dios derramándose sobre nosotras, ya que nunca pasa y siempre permanece, y los días que íbamos a vivir allí iban a ser una confirmación de ello.

Por la tarde, tuvimos la oportunidad de participar en varios talleres: preparar la celebración, para entenderla y vivirla mejor; oración en silencio; compartir experiencias personales, en este caso sobre el amor y orar a través de imágenes y canciones. Aprovechamos estos talleres para enriquecernos unos de otros y orar juntos. 

Llegó la eucaristía y lo que vivimos ahí fue realmente impresionante. El amor y el servicio estaban a flor de piel de cada uno de los presentes. Nos lavamos los pies unos a otros y oramos juntos por la entrega de Jesús, esa que es nuestro ejemplo diario tanto con nuestros chavales como en nuestras vidas cotidianas. Para nosotras este Jueves Santo nos hizo emanar sentimientos de servicio a los presentes, a los queridos e incluso a aquellos que no conocemos o que no hacen bien, porque el amor de Dios transforma y llega a todos lados a través de nuestras manos y nuestros corazones.

Por la noche nos situamos en Getsemaní, acompañamos a Jesús en un momento de incertidumbre, miedo, tristeza, e incluso dolor… los sentimientos más humanos, pues en el fondo, al igual que él, todos sabíamos lo que estaba por venir. Terminamos el día rezando junto a él.

Comenzamos el Viernes Santo hablando sobre lo extremo que fue el amor del día anterior, reflexionamos si esa entrega tan extrema había tenido sentido para nosotros, si la merecemos a pesar de la imperfección que poseemos por nuestra humanidad, del dolor del mundo que a veces ocasionamos o no corregimos…Tuvimos un tiempo para interiorizar todo esto y llegar al pensamiento de que realmente el dolor de Dios cobra sentido en nosotros, su obra, en nuestros peores momentos, nuestro dolor y nuestro pesar, porque su sufrimiento nos reconstruye, nos sujeta , nos hace nuevos y con ello, nos salva. 

En este ambiente de acompañamiento, dolor, muerte y oración, por la tarde vivimos la Pasión. Hicimos la celebración y la posterior adoración a la cruz. Tras ello, comenzamos un silencio de un día entero, empatizando con el dolor que sentíamos al perder la esperanza, al sentirnos en tristeza y duelo por la muerte de nuestro Padre, ese amor infinito. Y finalizamos el día velando la cruz con María, poniéndonos en su piel y rezando desde ella, con su fe plena en el señor, su fuerza infranqueable…

El silencio continuaba durante el Sábado Santo. Con la ayuda de Mari Paz y su charla, aprendimos a hacer de nuestro silencio oración. Pudimos reflexionar también sobre aquello con lo que cargamos en nuestras vidas y no nos hace felices, los pecados. Utilizamos piedras para simbolizar el peso que estos nos suponen, pero no las dejamos tiradas, sino que juntando todas ellas formamos una cruz.

Posteriormente, fuimos afortunadas de presenciar varios testimonios como el de Isa, Chema, Chuchi y Pedro Alfonso. Ellos nos contaban cómo vivían su vida cristiana, momentos personales, personas importantes… Sin duda, unos grandes ejemplos de vida y fe. 

Durante la tarde preparamos a través de distintos talleres la celebración de la vigilia pascual, lo que nos ayudó a vivirla con más sentido. Esta celebración estuvo cargada de esperanza, alegría, entusiasmo y sobre todo una gran dosis de amor… ¡HABÍA RESUCITADO! 

En definitiva, para nosotras ha sido una experiencia en la que poder acercarnos más a Cristo, acompañarle en estos días tan importantes, reflexionar sobre la propia vida, así como trenzarla con el sentido de cada día de la pascua, orar, celebrar y compartir. Ahora viene lo más importante: evitar que todo lo vivido se quede en Mohernando y hacer que se refleje en nosotras, en nuestro modo de actuar y concretarlo en nuestro día a día. 

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