En un año de grandes ajetreos que me agobian personalmente, sentí la necesidad de desconectar de todo el jaleo y fijarme en lo fundamental, que se encuentra cerca, al lado…
Después de alguna búsqueda, en el Centro Juvenil de Atocha me sugirieron la pascua que se celebraba en La Rioja, la Pascua de Somalo. Me pareció que merecía la pena y que el contacto con la naturaleza y con el Señor, en estos momentos tan importantes para los cristianos, debía de vivirlos a fondo.
Salí desde Madrid con alguien a quien no conocía y que me acogió en un largo y lluvioso viaje. Al llegar a Somalo, salesianos y cooperadores me recibieron con alegría y, en un breve periodo de tiempo, empezaron las presentaciones, en ese momento me di cuenta que había llegado a un sitio diferente.
La casa de Somalo es especial en entorno y cuidado, se ve que en ella se ha puesto mucho cariño y dedicación. Por supuesto en esta Pascua nosotros también cuidamos de ella, por grupos, cada uno con su tarea, compartiendo quehaceres y reflexiones a partes iguales.
Destaco así a las personas, al grupo variopinto con el que compartí literalmente camino, reflexiones y tareas. A las familias, que juntos son un bonito testimonio de que la fe crece y vive. A unos salesianos entregado y con mucha paciencia. Y también a un grupo de jóvenes como yo que me acogieron sin conocerme con gran entusiasmo, haciéndome sentir como en casa.
Las celebraciones, rodeada de tantas cosas buenas, se llenaron de una paz y confianza de la que sólo puede venir de quien nos cuida como Padre. Vivimos con Jesús su entrega acompañándole con nuestras guitarras y cantos agradeciéndole desde la sencillez todo lo que por nosotros ha hecho. Culminamos con un atronador sonido de campana que se elevó en la madrugada para compartir la alegría de la resurrección.
Y así, en la mañana llegó la agridulce despedida, triste porque la vuelta a la rutina es dura y hay que dejar atrás a grandes personas. Pero alegre porque vuelves con el corazón lleno de nombres, para agradecérselo a Jesús profundamente.
Ya de vuelta a casa volví con alguien cercano y la llegada al hogar se ha llenado de cierta nostalgia. Las fuerzas se han renovado para sonreír al mundo y compartir con él la alegría que esta pequeña comunidad cristiana me ha regalado.