En el día de la Beata María Romero

7 julio 2017

Nació en Nicaragua (13/01/1902). Su padre era un honrado ministro de Hacienda. Nadie lo acusó, porque siempre procuró el bien de su gente. Decía a sus hijos: “Hagamos el bien siempre. Si esperamos a hacerlo cuando todo va bien, no haremos nunca nada”. Buena lección para los políticos de todas las latitudes. Y para nosotros.

Dos rasgos marcan la personalidad de María: estar contenta donde le pongan y manifestar un contacto muy profundo con Dios.

A los 21 años profesa en las FMA: la hija del rico se hizo pobre; la muchacha soñada por muchos jóvenes hace voto de castidad; la señorita a quienes los criados obedecían hace voto de obediencia.

En 1931, llega a un colegio de chicas bien en Costa Rica. Forma un equipo con las alumnas para que descubran la realidad de las oratorianas pobres de los suburbios. Son chicas que necesitan comida y ropa, pero si no las llevan también a Jesús, las dejarán más pobres que antes. Por eso urge dar catecismo. En pocos años la caridad pastoral de sor María Romero levantará 26 oratorios, consultorios médicos, un internado para las chicas de la calle, talleres para chicas, ASAYNE (un poblado de 70 viviendas para familias pobres), roperos, reparto diario de alimentos básicos… Cumplió el Aguinaldo: ¡Somos familia! Cada obra de sor María era una escuela de vida y amor.

Sor María descubre la realidad de los enfermos. No sabe qué hacer para ayudarlos. Entonces ora a la Virgen María con mucha confianza y le dice: "Tú eres la Reina del mundo: tú hiciste brotar en Lourdes un manantial que cura a los enfermos. ¿Por qué ha de ser solamente en ese lugar donde se manifieste tu preferencia? Nosotros estamos muy lejos y no podemos ir hasta allá. Todas las aguas del mundo son tuyas, también la de este grifo. Haz que los enfermos se sanen también aquí con ella". Y comienzan a producirse milagros como en Lourdes.

Era una extranjera, una inmigrante en Costa Rica. Pero su figura ha sido propuesta para hermanar a las repúblicas de Nicaragua y Costa Rica. Otra lección para los políticos. Y para nosotros.

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