¿Por qué te hiciste salesiano?
En el fondo, porque creía que este era y es el Proyecto de Dios para mí. Intuyes algunos signos: Apenas cultivas un poco tu vida cristiana y te dejas interpelar por Jesús sientes una inquietud en tu interior de hacer algo más por los otros, te sientes atraído o al menos interesado por esa vida, descubres a Don Bosco y te fascina, te capta… Y así surgió en mi la pregunta y el deseo. Comprendí que de mi “sí” o de mi “no” dependía la felicidad de muchos; que en la vocación no es lo fundamental “planteársela”, sino “acogerla y realizarla”; que Dios no quiere “supermanes”. Bueno, en definitiva, es una Gracia a la que sigo intentando responder.
¿Cuáles han sido las personas de referencia en tu vocación?
Tuve la suerte de encontrar en mi camino quienes me ayudaron a discernir, me animaron y me apoyaron. En el año de noviciado y después referente espiritual siempre, mi maestro de novicios, Paco Alegría. Después en los años de posnoviciado Paco Vázquez, que me ayudó a encender mi corazón de la pasión pastoral por los jóvenes. Cuando siendo inspector me nombró delegado de PJ me abrió a un horizonte salesiano insospechado y muy enriquecedor para mí. En el bienio, Alonso Vázquez, no he conocido un salesiano con un corazón tan inmenso y con más “inteligencia pastoral” que él, prototipo de corazón oratoriano. En los años de teología Antonio Calero, me ayudó a configurar mi corazón sacerdotal de buen pastor y me enseñó que es importante cualificarse intelectual y teológicamente para poder responder a los retos de los jóvenes. Estaré siempre agradecido a Luis Fernando Álvarez, que me enseñó a celebrar la Misa; a José Antonio Rodríguez Bejerano, colosal misionero y al que tengo por verdadero santo; a mi entrañable amigo del alma y llevado pronto al cielo, joven sacerdote, Manolo Parra, un torbellino apostólico con una extraordinaria capacidad de atraer a los jóvenes.
¿Cómo es un día en tu vida?
Ahora la mayor parte de mi tiempo está dedicado a acompañar a los hermanos y las comunidades salesianas. Por tanto, en un día ordinario de mi vida lo que fundamentalmente hago en las visitas canónicas a las casas es escuchar a mis hermanos salesianos, hablar con ellos, animarlos y acompañarlos. Suelo levantarme a las seis, oración y Eucaristía con los hermanos. Después del desayuno, la jornada continúa recibiendo a los hermanos. Por la tarde encuentros con diferentes grupos de familia salesiana, animadores, educadores, catequistas… Oración de la tarde con las buenas noches. A veces la jornada se prolonga después de la cena. Y antes de en entregarme al descanso, la mayor parte de las veces no antes de las 12, pongo lo vivido en manos del Señor.
¿De qué manera podemos hacer vida la frase “Signo y portador del amor de Dios a los jóvenes?
Yo lo intento tratando de hacer mías e imitar algunas de esas capacidades que D. Bosco tenía: su capacidad de amor personal, incluso lleno de ternura, a cada joven; su capacidad de conjugar realismo y magnanimidad; su coraje de soñar; el reconocimiento agradecido de Dios que acompaña y orienta sus pasos; su mirada de fe que le llevaba a vivir “como si viera al Invisible”. La extraordinaria y armoniosa unidad de su existencia: signo del amor de Dios a los jóvenes.
¿A qué retos crees que se enfrenta la Familia Salesiana del Siglo XXI?
Depende de nuestra mirada. Si miramos a los jóvenes: tenemos el reto de ofrecerles una propuesta humanizadora con capacidad de conectar sus vidas, sus intereses, su cultura…con el modelo de Jesús. Si nos miramos como educadores: nuestra capacidad de ser signos en medio de los jóvenes, nuestra identidad, eliminar distancias, nuestra capacidad de propuesta vocacional por el testimonio gozoso de la vivencia de nuestra vocación apostólica, sobre los ejes de la fe, la esperanza y el amor que alientan nuestra vida. Si nos miramos como Familia Salesiana: el reto de la comunión al servicio del proyecto apostólico de nuestro fundador: la salvación de la juventud, lograr un rostro simpático y acogedor de la Iglesia para los jóvenes…