María Auxiliadora, Madre de Paz y de Misericordia

24 mayo 2017

Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. Don Bosco recomendaba recitar con frecuencia esta invocación con la seguridad de que los hijos que la repiten a su Madre no quedarían defraudados. Lo de menos son las referencias históricas que unos remontan a la victoria de la flota cristiana en Lepanto (1571), aunque otros prefieren fijarse en un 24 de mayo de 1814, día de la entrada de Pío VII en Roma, tras haber sido reducido al cautiverio por un Napoleón que también le había arrebatado el poder temporal de los Estados pontificios. Lo importante es que la advocación de María Auxiliadora estará siempre vinculada a la figura del fundador de los salesianos que, en 1862 escribió: “La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora. Los tiempos que corren son difíciles y tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y defender la fe cristiana”.

La Virgen de los tiempos difíciles implica la promesa de una Madre siempre dispuesta a acudir en auxilio de sus hijos. Para un cristiano, los tiempos de la tierra nunca serán fáciles, y si lo fueran habría que preguntarse qué estamos haciendo mal y si nos estamos contentando con una paz como la que da el mundo. Es una paz sin raíces, expuesta a los vaivenes de los acontecimientos, una paz con fecha de caducidad. No deja de ser la paz del rico Epulón, tal y como decía el papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta. En cambio, Cristo dice: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27). Se trata de una paz que no niega la realidad de la vida sino que contiene toda la fuerza del Espíritu para llenarse a sí mismo y a otros de la alegría del Evangelio. Por eso me gusta relacionar la advocación de María Auxiliadora con la de Reina de la Paz. La Virgen viene en nuestro auxilio si la invocamos con confianza y el primer fruto que puede realizar en nosotros es la Paz que nos trae su Hijo.

Una madre no se ocupa solamente de las necesidades eventuales de sus hijos. Antes bien, sabe anticiparse a las que vendrán. Nada hay comparable al corazón y a los ojos maternos. En el caso de María, su auxilio va más allá de las circunstancias del momento. A veces no vemos lo importante y nos agobiamos ante la más pequeña dificultad agrandada por la imaginación. Puede que en ese instante nos acordemos de solicitar el auxilio de nuestra Madre, pero luego, al mínimo respiro y aunque le hayamos dado las gracias, volvemos a las preocupaciones de antes, las mismas que paradójicamente nos arrastran a mostrarnos ociosos e inoperantes. Por eso, al invocar a María como Auxiliadora, debemos intentar superar lo concreto y ser más ambiciosos en la vida cristiana. Tenemos que pedir su auxilio para que nos abra el corazón para acoger las mociones despertadas en nuestro interior por la gracia de Dios, y también para que nos abra los ojos hacia los que nos rodean y que así nadie nos resulte indiferente porque todos estamos necesitados. Pedimos a María que nos auxilie para convertir nuestra mirada en activa. No basta el sentimiento, ni un mayor grado de compasión. El amor se demuestra con obras.

Esto me trae a la memoria una anécdota del beato Pablo VI en una audiencia a los salesianos, pocos meses antes de su muerte. Un adolescente, Giovanni Battista Montini, muy atento a los pequeños detalles de la vida y de las personas, se fijó que en el despacho de su padre, el abogado y periodista Giorgio Montini, había un pequeño retrato de Don Bosco que hasta entonces le había pasado desapercibido. Allí, con una letra que bien podría haber sido escrita por el santo, se podía leer: “En la muerte se recoge el fruto de las obras”. La frase le impactó y cada vez que entraba en la habitación, el muchacho dirigía la mirada al retrato y a su interpelación.  El amor y las obras van siempre juntos, y la primera que nos enseña a salir de nuestras comodidades es María, una adolescente embarazada, que se puso en marcha para auxiliar a Isabel, una prima mayor en idéntica situación y que se encontraba a más de un centenar de kilómetros de Nazaret (Lc 1, 39).

Leemos en una consagración a la Virgen María, compuesta por Don Bosco y publicada en 1869,  una referencia al “vivo deseo de imitar vuestras bellas virtudes”. Esta es una de las más importantes peticiones que debemos de hacer: aspirar a ser como María, misericordiosa y auxiliadora. Y una vez más, Don Bosco nos da un consejo práctico: “No malgastes tu tiempo, haz el bien, hazlo sin medida, piensa siempre en el amor a María y nunca te arrepentirás de lo que has hecho. Cada momento es un tesoro”.

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