Bodas de oro en La Pagoda

9 diciembre 2016


De vez en cuando la vida te da sorpresas. Olegario es una de esas personas que no deja a nadie indiferente. Reside en una fortaleza de idiosincrasia única, desde la que divisa el mundo con perspectivas originales.  En similar medida resulta tan atrayente su inusitado e inédito espacio de pensamientos, como cercanos  los mil gestos que regala a quienes convivimos con él, a nietos que caminan con sus abuelos o  jóvenes que pululan por grandes almacenes, por poner un caso. Grandes, medianos y pequeños. Y esto solo es uno de sus rasgos.

Pues bien, el pasado 6 de diciembre, día de la constitución, celebramos sus 50 años de sacerdocio. Exactamente, fue un 21 de diciembre de 1967, en Oviedo, cuando fue ordenado por el entonces obispo Vicente Enrique y Tarancón. Hoy estamos lejos del “orvallu” asturiano, pero, también, con un día precedido de aguas y torrenteras inquietas. Sin embargo, un día de sol. Sol cálido, prados teñidos de verde bullicioso, cielo azul, y aire puro, escapado cual “rara avis” de ruidos y contaminaciones.

1967 fue el año de máximo crecimiento de la congregación con 22.810 salesianos. Luis Ricceri era entonces el rector mayor. En 2016 las cifras giran en torno a 15.300.

Con este oxigenante y amable día, nos fuimos al monte de El pardo. Y llegamos al convento del Santísimo Cristo , fundado en 1612, que regentan los Capuchinos. Allí se encuentra la afamada talla del Cristo Yacente, de Gregorio Fernández. Precisamente fue Felipe III quien la donó, con motivo del nacimiento del futuro rey Felipe IV ¡Fausto preámbulo!

En una de las capillas adosadas a la nave central nos reunimos…  “Alrededor de tu mesa…”

Las palabras que oímos en la homilía, inspiradas de aquí y de allá,  y personalizadas por el celebrante, capturaron nuestra atención. Nos hicieron pensar. Miramos a Olegario, que dejaba entrar el aire en su fortaleza, tendiendo puentes desde el corazón agradecido. Cada sonido no era en vano; encontraba un grupo de hermanos que se miraba en él. Y él, con sencillez, habló:

“-  ¿Por qué me has escogido a mí?
–    Porque quise.
 “Llamó a los que él quiso y se fueron con él” (Mc 3, 12).

Quizá esta respuesta no satisfaga del todo pero es la única que hay…y, en el don de la llamada, la única respuesta es el amor.

En el A.T. el creyente se pregunta  “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
-Y, responde,  “Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal 115).
El sacerdote está llamado a alzar esta copa y responder al amor de Dios ofreciendo el sacrificio de la Eucaristía. Desde esta altura de los 50 años sacerdotales entono un canto de gratitud a Dios por llamarme a esta apasionante tarea ¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!

Quiero dar gracias a mis padres y familiares, a monseñor Tarancón, que me ordenó. Y, a los sucesivos superiores: inspectores, directores y salesianos que me apoyaron y caminaron conmigo en mi vocación.

También expreso mi afecto a todos los jóvenes que me han acompañado en la misión y tarea de la vida salesiana. De quienes he recibido su cariño, gratitud y aliento.

Como todo sacerdote, encendí mi lámpara en el arco iris de la Luz y la Verdad. Con ella he intentado iluminar a las personas que he encontrado en mi camino.

Señor, mis fuerzas no son las de antaño, pero reconozco que sigues necesitando obreros para llevar a cabo tu obra: cuenta conmigo, con mis manos y mis pies. Cuenta con este pobre corazón que te sigue amando.”

El silencio que subsiguió fue una reserva llena de gratitud y oración. Como la plegaria común posterior. No pudimos por menos que destacar espontáneamente la acción de gracias y petición por el alma llena de unción, de apasionada vida y humilde entrega que, desde el pequeño lugar  que ocupa, ha ofrecido y sigue regalando Olegario.

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