Domingo Savio, maestro de Oración

7 mayo 2016


¿Qué llamó la atención del fundador de los salesianos para fijarse en un muchacho de doce años e llevarle al oratorio de Valdocco, en Turín? Le bastó una breve conversación para convencerse de su inteligencia y buenas disposiciones, aunque Don Bosco no se limitaba a buscar jóvenes con cualidades humanas. Antes bien, pedía de continuo a Dios que le diera almas y se quedara con todo lo demás. Y si pretendía ganar almas para Cristo, su búsqueda no podía reducir a lo externo, si bien es cierto que las virtudes humanas son el adecuado complemento de las sobrenaturales, del mismo modo que otros complementos materiales sirven para realzar un traje o un vestido. Don Bosco deseaba almas que persiguieran la santidad, lo que todo cristiano debería buscar en este mundo, sin olvidar que la santidad no solo pasa por las devociones sino también por trabajar en las tareas ordinarias; y siempre “sirviendo al Señor con alegría”, tal y como le aconsejara al propio Domingo.

En realidad, lo más debió de impresionar a Don Bosco fue el recogimiento del muchacho en la oración. Le veía en la capilla, arrodillado y con expresión sonriente, como la de quien está a gusto con un Dios que le ama. Puede que no siempre contara con esta disposición, pero lo que es seguro que Domingo pensaría que no hay nada mejor que acompañar a Jesús en el sagrario. Concedía tanta importancia a la oración ante Jesús sacramentado, que invitaba a sus compañeros a rezar con él, y cuando algunos se excusaron con el pretexto del frío helador en la iglesia, no dudó en cederles sus guantes o su abrigo. Con todo, un cristiano no reduce su relación con Dios al templo, y Domingo se dirigía al Señor en todas partes, incluso en aquellos lugares de mayor bullicio. La oración afloraba con espontaneidad y hacía presente a Dios en su vida. ¿Y cómo no estar entonces alegre, siempre alegre? Sí, porque la alegría no depende del ambiente, ni de las circunstancias del momento. La alegría es fruto de la esperanza del cristiano. Desde esta perspectiva, “la santidad consiste en estar siempre alegres”, según una difundida expresión de Domingo Savio.

Recuerdo de mis años de alumno salesiano la iniciativa de un compañero de clase. Quería constituir con otros tres amigos una “sociedad de la oración”, probablemente inspirada en la Compañía de la Inmaculada de Domingo Savio. A decir verdad, aquello no debió de pasar de un curso, pero aún la recuerdo porque es un ejemplo concreto de la necesidad de orar y no desfallecer (Lc 18,1). Por eso, en este año de la misericordia, tendríamos que recordar a Domingo como maestro de oración. No cabría entender la misericordia sin la esperanza, y la esperanza cristiana se alimenta en la plegaria. Quien ora con perseverancia, termina por descubrir el camino de la misericordia: “Lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). La oración son las ramas que sirven para alimentar el fuego del amor de Cristo. Rezar es indispensable para propagar ese “incendio” que, con gran alegría, llevaba Domingo dentro sí. 

También te puede interesar…

Share This