Siria, República Centroafricana, Yemen, Sudán del Sur, Somalia… son países en conflicto y en todos ellos los niños y niñas son obligados a participar en la guerra. Además, los menores se enfrentan a una nueva amenaza: los grupos islámicos radicales que secuestran a menores para utilizarlos como combatientes, como esclavos, como escudos humanos o para perpetrar atentados. En Misiones Salesianas creemos que el lugar de los niños no es el frente sino el patio y la escuela.
Hay miles de niños y niñas, especialmente en África, que combaten en el frente. La pobreza, la desestructuración familiar, la exclusión de la vida escolar, los malos tratos, el abandono y los secuestros son las principales causas que llevan a estos menores a vivir esta situación que les roba la infancia y les destroza la personalidad.
Además, grupos terroristas como Boko Haram o Estado Islámico están utilizando a los menores como escudos humanos y para realizar atentados suicidas. También los obligan a cometer asesinatos y decapitaciones públicas.
Los misioneros salesianos trabajan para que los niños y niñas más vulnerables se sientan protegidos, acogidos… reciban educación y puedan tener un futuro. Entre ellos, reciben especial apoyo los menores que han sido utilizados como soldados en conflictos. Recuperar a estos chicos no es una tarea sencilla, pero hay que apostar por ellos. Hay que cambiar sus dinámicas y que conozcan otro lenguaje que no sea el de las armas y la violencia. Esto es posible. Hay cientos de casos en la Ciudad Don Bosco de Medellín, donde trabajan en la recuperación de niños y niñas que han estado en las guerrillas.
También en República Centroafricana los misioneros salesianos han comenzado un programa de desarme de menores en el que participan alrededor de 100 niños y niñas excombatientes. “Están muy felices. Algunos dicen que la razón que les movía a entrar en los grupos armados era porque no sabían qué hacer en la vida y se veían obligados a tomar las armas. Otros que fueron manipulados y, a veces, obligados por los jefes locales. Todos se arrepienten y tienen la esperanza de poder convertirse en profesionales y buenos ciudadanos”, explica Desiré Adjeckam, misionero salesiano en el Centro Don Bosco de Damala (Bangui).