Una imagen vale más que mil palabras

1 diciembre 2015



Ver, de la mano, abrazados, cantando o compartiendo momentos, juntos, a 140 chavales de 14, 15, 16 y 17 llena; llena la sensación de que todos están ahí por la misma causa, por los mismos “sentimientos”, porque no quieren estar en otro sitio (por mucho frío que puedan llegar a tener), porque se sienten como uno, todos y cada uno de ellos, aunque no lo quieran admitir.

Mucha gente les tachará de insensatos, les dirán que en lo que creen no es real, que no existe nada más allá pero, como bien afirmaba alguien durante una de las charlas, “Los que dicen que no hay nada más allá, que no hay un dios real o verdadero, es porque nunca han sentido su abrazo, nunca se han sentido parte de él”.

Esto viene a cuento de una reunión celebrada este último fin de semana, en el cual las instalaciones del Centro Don Bosco de León se vieron inundadas por las sonrisas (y lágrimas), las conversaciones y las personalidades de chicos (y no tan chicos) procedentes de Galicia (Castrelo, Lugo, A Coruña, Ourense y Vigo), de Asturias (Avilés y Oviedo) y de Castilla y León (Valladolid, Villamuriel y León); chicos y chicas que pudieron compartir momentos de celebración, de alegría y diversión, y de seriedad.

Además, los distintos stands (la música, Jesús y su manera de entender la misericordia, las realidades próximas de inmisericordia [violencia de género, bulling,…], la manera de entenderse a uno mismo y las palabras de los refugiados que Accem acoge y ayuda (que nos hicieron trasladarnos a sus situaciones, a sentir lo que ellos sintieron, a vivir lo que ellos vivieron) y la misericordia que cada uno puede prestar a los demás (desde dar consejo hasta vestir a alguien o enterrar), hicieron reflexionar a todo el mundo, algo a lo que muchos no están acostumbrados, y que, incluso ‘les incomodó’ al hacerlos salir de su rutina.

Intensos y cuidados fueron los momentos de oración y celebración que también contribuyeron, y en gran manera, a entrar en el misterio de la Misericordia.

Aun así, con incomodidades, enfados, emociones, riñas y dolor, se podía ver, el domingo cerca de las dos de la tarde, una amplia sonrisa, en algunos casos acompañada por llanto, que ocupaba las caras de las personas que, gradualmente, subían poco a poco a sus respectivos autobuses, y que eran el resultado de un fin de semana muy intenso (y cansado) que había merecido totalmente la pena.

Algunos momentos seleccionados desde este enlace

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