Bicentenario de Don Bosco: Bajo la protección de María Auxiliadora

18 agosto 2015


Es imposible desvincular la vida de Don Bosco de su cercana relación con María, algo de absoluta necesidad en cualquier época y para cualquier cristiano. Ese vínculo también fue indispensable en el siglo XIX, marcado por un enconado anticlericalismo que pretendía reducir a la Iglesia al ámbito privado, a modo de prisión asegurada con todo tipo de cerrojos. Hay que subrayar la paradoja de un tiempo en que se hacía profesión de fe en la libertad, aunque solía confundirse con la indiferencia porque no abundaba la sensibilidad para valorar los problemas sociales surgidos de la Revolución Industrial.

Sin embargo, el cristianismo es por naturaleza una religión expansiva y siempre ha tenido el mandato imperativo de llevar la Buena Noticia a los pobres y los débiles, a los desechados por una sociedad, como la de la naciente burguesía industrial, que solo pensaba en la ganancia fácil y aplicaba con rigor unas leyes a menudo injustas, aunque los preámbulos normativos hicieran gala de complacientes autojustificaciones. No era fácil el ambiente social y político vivido por Don Bosco. ¿Y qué podía hacer el hijo de unos humildes campesinos frente a la rueda de un progreso material que a veces se llevaba por delante a tantas personas, especialmente a unos jóvenes abandonados a su suerte y privados de todo afecto?

En toda tarea que resulta superior a sus fuerzas, el cristiano no se abandona a sus fuerzas, ni mucho menos a sus buenas intenciones. Antes bien, tiene que asumir como el fundador de los salesianos, los dos rasgos definitorios de María: la humildad y un corazón lleno de amor al prójimo. Para Don Bosco, María es una Madre, una persona viva y activa que interviene de continuo en la vida de las personas, en particular de aquellos que imploran su protección como hijos. Recordemos que un célebre sueño de mayo de 1862, el santo percibió con claridad las dos columnas sustentadoras de la Iglesia: la Eucaristía y la devoción a María Inmaculada y Auxiliadora. Y hoy estas son también los referentes de nuestra vida cristiana. Son dos columnas de fe que dan pleno sentido a las virtudes de la esperanza y la caridad.

Don Bosco buscará, en  consecuencia, el auxilio de la Virgen. Carente de recursos, acometerá la “locura” de edificar una basílica a la Auxiliadora, una casa en Turín para la gloria de María. Y no deja de ser llamativo que las autoridades municipales vieran con sospecha el nombre de Auxiliadora. Su percepción de la Historia, en lo que lo novedoso siempre arrincona a lo supuestamente antiguo, les haría pensar que estaban ante una muestra más de superstición, digna de ser desterrada en nombre de la razón dueña y señora del mundo. Pero Don Bosco no cedió. ¿A qué tenían miedo aquellas autoridades que llevaban la palabra “libertad” siempre en la boca y buscaban monopolizar los espacios públicos para imponer su visión de la existencia? ¿Qué desafío sospechaban en la denominación de María Auxiliadora? Finalmente, Don Bosco se salió con la suya, y el 9 de junio de 1868, se consagraba en Turín el templo dedicado a esa advocación. Otro signo más para alimentar la confianza hacia María que seguiría guiando los pasos, pese a todas los obstáculos, de la familia salesiana de todos los tiempos.

Toda fiesta mariana es una invitación a caer en la cuenta en la protección de una Madre que nunca abandona a sus hijos. Es también una oportunidad para invocar a quien es considerada la omnipotencia suplicante. La  gran festividad de la Virgen en agosto conlleva además un enlace obligado: la conmemoración del nacimiento de Don Bosco el 16 de agosto de 1815. Con todo, un amigo me decía en cierta ocasión que la fiesta de la Asunción le dejaba un cierto rescoldo de tristeza ante la partida de la Madre. Pero esta solemnidad es, por el contrario, un día de esperanza y de alegría, de esa alegría que fue un signo distintivo de Don Bosco. Solía decir que la alegría es la más bella criatura salida de las manos de Dios, después del amor. Tenemos que estar alegres en la Asunción porque es el triunfo de María. Equivale a la Pascua de la Virgen, y es un día para decir ¡Alegraos! (Mt 28, 8), tal y como hizo Jesús resucitado con las mujeres que acudieron al sepulcro. María asunta al cielo es ahora nuestra Auxiliadora porque está junto a su Hijo siempre dispuesta a interceder por nosotros. Ella acompaña a todos los cristianos que queremos vivir la apasionante aventura de la fe con esa desbordante alegría tan querida por Don Bosco.

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